Budomarket

Una conducta preocupante se está normalizando en nuestra escuela desde hace tiempo. La cantidad de instructores que ponen como objetivo el comercio, por sobre la correcta transmisión de la tradición, se ha incrementado exponencialmente en los últimos años. Como consecuencia de esto muchas personas se han sumado a Bujinkan, entendiéndola como una franquicia comercial que les permitirá hacer dinero fácil y rápido. Ocupando al mismo tiempo un lugar de exposición en el cual ser admirados.

Gracias a estas tendencias comerciales, es posible encontrar practicantes que obtienen su cinturón negro en muy pocos años, tras lo cual se les concede la posibilidad de abrir sus propios dojo. Luego de enseñar por un breve período de tiempo y casi por arte de magia, nuevos cinturones negros emergen de estos novatos instructores, que repiten este ciclo, pero en menos tiempo.
Estás rápidas promociones tienen el único objetivo de producir clientes que asistan a los cursos, clases y seminarios de quienes los avalan.
El nivel de irresponsabilidad de los instructores que gradúan y respaldan a personas no capacitadas para ponerlas a dar clase es enorme. Los resultados de este accionar están empezando a ser cada vez más visibles y evidentes, no solo para aquellos que pertenecemos a la escuela, sino también para la comunidad marcial en general.
Esta forma de operar no solo va en detrimento de la calidad marcial y la reputación de nuestra escuela, sino también del arte en sí mismo.
La práctica física y técnica es la herramienta principal que nos permite el progreso interno y sin la cual es imposible evolucionar en el camino del budo.

Estos hombres y mujeres de negocios, suelen utilizar metodologías parecidas a las de las sectas religiosas o a las de las estructuras piramidales para reclutar alumnos.
La estrategia más básica es intentar generar el sentido de pertenencia desde el día uno. Para esto el estudiante es introducido al grupo con frases como por ejemplo “bienvenido a tu nueva familia”. Si bien en muchos casos hay personas que usan esta terminología de forma inocente, para muchos otros es esta una jugada perversa y efectiva. El hecho de darle a entender a una persona que es “tu familia” tiene una carga de sentido muy pesada. Cuando hablamos de familia estamos hablando de vínculos de sangre, que en muchos casos implican las relaciones más íntimas entre las personas. A la familia se puede recurrir en situaciones en las que no se puede recurrir a nadie más. Cuando necesitas un apoyo incondicional o cuando necesitas que el otro haga un sacrificio por vos. Cuando estás enfermo o te estás muriendo, por ejemplo, cuando quedaste en banca rota o necesitas dinero. Son todas situaciones extremas que pondrán al otro en una situación de incomodidad, pero que por el profundo vínculo que tiene con vos, está dispuesto a soportar. Puedo asegurar que ninguno de los maestros que invitan a todo el mundo a ser parte de “sus familias”, van a estar ahí cuando sus alumnos estén en estas situaciones de necesidad. Todo lo contrario, en general cuando el alumno se transforma en un problema, es rápidamente marginado hasta que abandona el dojo. Por lo tanto, esta no termina siendo una relación reciproca, el estudiante tiene que comportarse con el instructor como si fuera parte de su familia, haciendo sacrificios por él y por el dojo, pero si la situación es al revés no obtendrá el mismo tipo de apoyo incondicional.
Si el alumno acepta, esta estrategia le permite al instructor posicionarse automáticamente al mismo nivel que los miembros “reales” de la familia del practicante. Y siendo que tiene un rol de autoridad dentro del dojo, logra una conexión sumamente íntima y dominante sobre el nuevo miembro. Una persona que realmente tenga problemas familiares, quedara automáticamente enganchada ante esta nueva “mejor familia” que se le ofrece.

El dojo es introducido como un espacio de contención y apoyo emocional. El rol del instructor no se presenta claro, no es “solo un maestro de budo”, puede variar adaptándose a la situación y a las necesidades del alumno/cliente.
A veces será un padre protector, “que te comprenderá y pondrá el oído para escuchar tus problemas personales”. En otras ocasiones será un “terapeuta”, generalmente en algún tipo de sistema o practica alternativa no avalada por entes oficiales. Pero gracias a esto y a la admiración de todo el resto del grupo, quedará establecido que tiene la capacidad de curarte o de que es un gran docto en materias importantes como la salud. Otras veces y cuando el estudiante tenga intereses más esotéricos será un “guía espiritual”. Para esto predicará en el dojo todo tipo de conceptos y teorías filosóficas post modernas, que supuestamente ayudarán a que el alumno alcance la “iluminación”.

Los casos más extremos y menos educados introducirán al practicante como “un nuevo miembro del clan”. Cubriendo la actividad con un manto de misticismo bélico. La práctica es metafóricamente posicionada como una preparación para la guerra y el grupo como el clan que debe luchar por su supervivencia. Los miembros pasan de ser compañeros de entrenamiento a “hermanos en el campo de batalla”.

Las metodologías utilizadas para mantener atados a los estudiantes al dojo son simples. Se manipulan sus emociones con pequeñas caricias al ego. Por ejemplo, la entrega sin sentido de grados no merecidos o el otorgamiento compulsivo de premios o reconocimientos varios. La posibilidad de ocupar rápidamente un rol de autoridad o la “responsabilidad” de abrir un dojo propio o “grupo de estudio”, en alguna zona que todavía no haya sido conquistada por su instructor. Por supuesto que, si en esa zona ya hay otro dojo de nuestra escuela operando, es totalmente ignorado y pasado por encima.

Bajo la tutela de estos instructores el entrenamiento y la habilidad marcial serán siempre secundarios, hasta en algunos casos menospreciados. Son sumamente permisivos, poco exigentes y promotores del pensamiento mágico.
Es muy común que tomen frases dichas por los maestros y las saquen de contexto para transformarlas en slogans publicitarios. “El objetivo de la práctica es ser feliz y dejar que los vientos marciales disuelvan el ego” o “lo más importante no es ser un buen guerrero sino un buen ser humano” o “Los coleccionistas de técnicas no entienden la verdadera esencia del budo”. Si bien muchos de estos conceptos son una parte importante del pensamiento de nuestra escuela, lamentablemente son utilizados por estos maestros como contra argumentos para desprestigiar a aquellos practicantes, que están realmente interesados en el entrenamiento técnico y marcial.
Sin la instrucción correcta que produzca la evolución física y mental necesaria para entenderlos, no son más que conceptos vacíos de corte new age.
Abundan planteos del estilo “el Soke Hatsumi nos ha encomendado la tarea de llevar el amor a la humanidad” o “tenemos la responsabilidad de transmitir el budo del Soke y expandirlo por el mundo”.
Se pueden encontrar en redes sociales, una abundancia de publicaciones de Bujinkan citando a Osho o a algún otro gurú de la espiritualidad moderna. Todo se mezcla con todo, haciendo un collage bizarro e incomprensible.
Lamentablemente, priorizar este tipo de enseñanzas por sobre la exigencia y la dificultad de confrontar a un estudiante con sus propias falencias, al corto plazo, termina siendo más beneficioso para el negocio. El practicante se siente parte de un entorno cálido y seguro que lo acoge y garantiza que siga pagando la cuota por mucho tiempo más.
Bajo esta forma de ver el budo la relación maestro/alumno no es ni más ni menos que una transacción comercial. El estudiante paga la cuota y eso le da derecho exigir que le enseñen. Va cuando quiere y cuando no quiere no va. No hay compromiso, ni respeto a la tradición, ni mérito. Básicamente lo que estos instructores venden es un producto.

 ¿Cómo llegamos a esta situación?
Por no entender la diferencia entre: “transitar el camino de las artes marciales y como consecuencia obtener un rédito económico” y “transitar el camino de las artes marciales con el único objetivo de sacar un redito económico”.
No estoy diciendo que la transacción monetaria no deba existir en las artes marciales. No estoy en contra de cobrar por las clases que uno dicta. Solo creo que es incorrecto, que el objetivo de la práctica marcial sea la acumulación de riqueza y no la perpetuación de una tradición en el tiempo, logrando el crecimiento cualitativo de sus practicantes.

Puedo comprender este nivel de codicia y negligencia de un aspirante a empresario, pero no de un artista marcial. Si los objetivos cambiaron y ahora lo importante no es la difícil tarea de dominar un arte, sino la de volverse rico, nos hemos transformado entonces en un ejemplo más de mediocridad moderna y hemos dejado de ser un budo.
No vale todo con tal de hacer dinero. No se puede “apadrinar” a cualquier persona al azar para obtener una mayor ganancia, o permitirles abrir un dojo por el simple hecho de que en su zona geográfica no haya ninguno disponible. Esto es algo muy peligroso. Las consecuencias de poner a gente no cualificada a enseñar artes marciales pueden ser terribles para el estudiante. Algunos practicantes, lamentablemente, en ciertas partes del mundo, tendrán que poner a prueba su habilidad en una situación de riesgo real y el resultado exitoso o trágico de ese evento, será en gran parte responsabilidad del instructor.

Por otro lado gracias a este modelo de negocios de promoción acelerada, comienzan a aparecer mutaciones extrañas de nuestro arte. Seminarios y clases de Bujinkan mezclados con otras cosas se ven de oferta a diario. Por ejemplo, Bujinkan + aromaterapia, Bujinkan + masajes, Bujinkan + cuencos tibetanos, Bujinkan + emprendedurismo, Bujinkan + coaching, etc. Este tipo de eventos existen, porque quien enseña, no tiene el conocimiento ni la habilidad necesaria para estar frente a una clase. Como consecuencia se ve obligado a rellenar el temario con alguna otra cosa que aprendió en otro lado, que le gusta en lo personal o a la cual le ve la veta comercial.
El nivel de falta de respeto hacia el arte es tan grande, que en ciertos casos hay personas que tras un breve período de instrucción, abandonan las escuela para fundar sus propios es estilos de Ninjutsu.

Que este tipo de cosas sucedan sin control, termina generando un círculo vicioso, que atrae a más personas que están en la búsqueda de dinero y no en la búsqueda de desarrollarse a través de la práctica de budo. El camino fácil, el del entrenamiento super suave y el de todo es correcto a la hora de enseñar, genera estudiantes sin técnica, sin estado físico, sin compromiso y sin sacrificio marcial.

Según palabras del Soke Masaaki Hatsumi estos son algunos de los aspectos más importantes al encarar la práctica:

1- Resistencia física, pulir las técnicas, usar el espíritu y fortalecer la fuerza física hasta lograr un estado ideal donde todo esté nivelado.

2- Resistencia mental y emocional. Takamatsu sensei decía: “La armonía tiene una importancia fundamental para el corazón del guerrero”.

3- Asentamiento del conocimiento. Ser capaz de comprenderlo todo sin pensamiento consciente, percibir cosas que están a punto de suceder y ser capaz de manejarlas de forma natural.

Si uno elige el camino del budo y su prioridad es el comercio en lugar de la práctica, sus estudiantes dejarán de ser alumnos para transformarse en clientes.
Enseñar de este modo, es bastardear los extensos años de entrenamiento y dedicación de muchos otros, que han logrado que Bujinkan tenga un nombre y un lugar en la comunidad marcial.
Estemos atentos, porque en gran parte gracias a esta nueva forma de transitar la enseñanza, es que estamos siendo señalados por el resto de los artistas marciales como algo “no deseable”.

Confundir habilidad marcial con ganancia económica o progreso espiritual con marketing y lobby, exhibe la mediocridad de aquellos que ven en el budo, solo el “feeling” del negocio.

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